Es importante poner palabras a nuestros estados de emocionales para que estos no arrollen con su fuerza todo lo que les pasa por delante.

 

Los psicólogos ayudamos a poner a palabras a estados emocionales molestos o confusos y eso ayuda a poder manejarlos mejor.

 

Además de poner palabras, los psicólogos ayudamos también a ser más precisos con ellas, porque no es lo mismo “estar sumido en un pozo sin fondo” que “estar  sin ilusión por ser muy exigente”.

 

Los padres ayudan a poner palabras a las emociones de su hijos pero a veces los propios padres están tan activados emocionalmente, la amígdala de su cerebro está dando tantas señales de alarma, que salta el instinto de protección visceral, pasando  directamente a la acción e inhibiendo la respuesta del hijo.

 

¿Y entonces qué pasa?

 

Esta activación emocional en los padres provoca respuestas drásticas de todo o nada, reacciones de ataque-huida y suelen ir acompañada de frases o palabras-pánico: “se va a hundir”,  “desastre total”, “fracaso absoluto” , “lo están machacando “…

 

La consecuencia común a este estado es que los padres toman demasiadas cartas en el asunto y el hijo o la hija se acomodan, se vuelven sutilmente tiranos del “como no hagas algo, yo…”

y lo más importante, no aprenden a tener confianza en ellos mismos.

 

¿Y qué pueden hacer los padres?

 

El objetivo sería bajar algo la activación emocional para que uno pueda pensar con más claridad.

 

No se trata de dejar de sentir, porque las emociones son el motor de nuestras acciones (que motor hay más poderoso que el amor a los hijos).

 

Pero sí proporcionar más visión al amor ciego (“mi hijo no es así”) y más esperanza al amor desesperado (no podría contar cuántas veces he oído de los padres la frase sin consuelo “lo hemos intentado todo”).

 

A veces nos hacemos tanto cargo de los conflictos de nuestros hijos (con sus dificultades en las relaciones, en el estudio) que ellos se desentienden, se vuelven espectadores pasivos en un problema en el que ellos son los principales protagonistas.

 

Si como padres, bajamos la activación emocional de la amígdala, entra más en juego nuestra corteza cerebral que nos ayuda a escuchar mejor, a buscar opciones creativas y podremos ofrecer una ayuda de más calidad a nuestro hijo.  

 

Insisto, no se trata de volverse un padre racional y ecuánime, sino más bien un padre emocionalmente más inteligente.

 

Al tomar más distancia emocional, los padres son más capaces de ayudar a su hijo a poner palabras más precisas a lo que le pasa y éste vuelve a ocupar más el papel protagonista (aunque eche de menos y pida lo anterior)  de la resolución de sus problemas.

 

En el fondo, le estamos transmitiendo  que “él puede”, en el fondo, se está potenciando su autoestima.

 

Tropezar o fracasar: un ejemplo en los estudios

 

Además de padre y psicólogo, soy orientador psicopedagógico en un centro escolar.

Muchos de los padres y madres que solicitan hablar conmigo lo hacen porque su hijo no va bien en los estudios.

Su activación emocional es alta, lo cual es muy comprensible, ya que en los estudios, no sólo está en juego aprobar o suspender, sino también capacidades  cognitivas, emocionales y sociales (aprender a pensar, la perseverancia, aprender a esperar, etc.) y los padres lo saben.

 

Pues bien, los padres suelen venir a hablar conmigo, o muy enfadados (con el centro educativo, con su hijo, con ellos mismos), o muy preocupados (de no dormir por las noches)  o muy derrotados (la frase que decía antes de “lo hemos intentado todo”)

 

Quizás el factor común a todos ellos (no siempre explicitado) es el gran miedo a que su hijo no salga adelante.

 

 Como mencioné más arriba, el pánico provoca respuestas drásticas de ataque (nadie entiende a mi hijo, sólo yo sé cómo tratarle) o de huida (cambio de centro repentino o tirar la toalla).

 

Este gran miedo, sin duda, está en el ADN de todos los padres y es necesario.

Sin embargo, si se dispara y generaliza en exceso, deja de ser adaptativo para ellos y para sus hijos.

 

Consecuencias de una excesiva activación emocional en el estudio

 

En el caso del estudio, desencadena en los padres una urgencia por encontrar una solución inmediata y definitiva, cuando a lo mejor se trata de hacer pequeños cambios que van ir teniendo su efecto poco a poco.

Esto provoca que algunos padres estén más pendientes de las tareas escolares que sus propios hijos. (No es infrecuente escuchar como justificación de los estudiantes “es que a mi madre se le ha olvidado).

Y se sienten  con ellos a estudiar la lección mientras se muestran distraídos o ausentes.

Se apodera una obsesión por los resultados sin pararse a pensar más allá.

 

 

 

Pero ¿cómo bajar la activación emocional?

 

Porque también es cierto que muchos padres, a pesar de su estado inicial, logran bajar su activación emocional (yo lo veo en las  entrevistas) y logran ser más eficaces ayudando a sus hijos. ¿Cómo lo hacen?

 

Si no han podido hacerlo solos, suelen buscar un interlocutor adecuado, donde se sienten entendidos pero también calmados. (A veces es la propia pareja o una amigo o también un profesional, pero la idea es no buscar a alguien que te encienda todavía más)

 

En segundo lugar, logran reconocerse muy alterados, y eso paradójicamente les calma.

 

En tercer lugar logran escuchar otra perspectiva, sin descalificarla, aunque no se esté de acuerdo. Es otra forma de ver que complementa perspectiva como madre o como padre.

 

Están dejando intervenir más a la corteza cerebral, la amígdala está más calmada y entonces comienza la comunicación, el encuentro está empezando a ser productivo.

Y ahí es donde se abandona el todo o nada y comienzan los matices, donde podemos salir del círculo vicioso de frustración con nuestro hijo, donde el fracaso absoluto puede pasar a ser un tropiezo productivo.

 

En ese terreno, se crea un clima más propicio para que las herramientas que tanto le has dicho a tu hijo que haga (“¡organízate! ¡hazte esquemas!  ¡repasa! ¡no dejes todo para el último día! …) sean más escuchadas.

 

 

 

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