Sólo algunos afortunados son capaces de no caer en la tentación de preguntarse “por qué no me responde, si lo ha leído” o de no sentir una presión severa por no contestar de inmediato, después de que alguien nos haya interpelado a través del chat del teléfono verde.
Al común de los desafortunados nos provoca irritación el que tarden “tanto” en contestarnos y sentimos la “imperiosa necesidad” de contestar ante la “cuestiones vitales” que se cuecen en cada conversación.
La “imperiosa necesidad” puede llegar a ser cómica, si levantamos la vista en un semáforo y vemos que somos varios los posesos del móvil, pero se convierte en dramática, cuando es causa de un accidente de tráfico.
La DGT achaca directamente al uso al volante del teléfono, el aumento de los accidentes de circulación en los últimos años.
Y es cierto que el ritmo no sólo de las conversaciones de WhatsApp, sino de la sociedad en general, es vertiginoso y abrumador.
A veces las grandes exigencias del mundo laboral, de compaginarlo con el ritmo familiar y social son un claro factor desencadenante de estrés; que no es otra cosa que tener una sensación permanente de frustración por no poder cumplir nuestras expectativas o la de los demás . Y que tiene consecuencias perjudiciales tanto psicológicas, como físicas y sociales.
Por lo tanto, a veces sí es culpa del WhatsApp o del ritmo infernal que impone la sociedad pidiendo todo para antesdeayer. Me decía una compañera, recientemente jubilada, que no era consciente del ritmo que llevaba antes, constantemente a la carrera.
Sin embargo, también afirmo, (como psicólogo que ha visto a muchas personas, después de un cambio interior, gestionar mucho mejor situaciones complicadas) que podemos aprender a manejar mucho mejor nuestro agobio ante la inmediatez.
¿Pero cómo se hace esto?
Pues hay muchas maneras de hacerlo y cada uno deberá descubrir las estrategias que mejor le vengan, pero sí que el objetivo es común, y es: (en un mundo que no es un valle de lágrimas, pero que tampoco es ni mucho menos color de rosa) sufrir lo menos posible y saber disfrutar lo bueno.
Y es que ¿por qué no quitar al malestar, la prisa por resolverlo?
Porque, así como es inevitable y útil tener que hacer ciertas cosas con celeridad y rapidez, también es imprescindible (sobre todo en la esfera de las relaciones humanas) dar a cada cosa su tiempo, porque si no, añadimos más sufrimiento al sufrimiento o ansiedad al placer.
En momento grandes de duelo, como la pérdida de un ser querido o una ruptura o divorcio, pero también en conflictos cotidianos del día a día, acentuamos nuestro malestar, queriendo resolverlo inmediatamente. Añadimos un plus de sufrimiento.
Y es que ¿por qué no disfrutar sin la exigencia de que todo encaje puntualmente?
Porque también en los momentos buenos nos complicamos la vida. A veces ponemos más el foco en lo que tendría que ser, en vez de lo que es y nuestro gozo se congela por las preocupaciones futuras y el no encaje con lo esperado.
Con frecuencia, me descubro deseando la siguiente etapa en el crecimiento de mis hijos. ¡Joer, qué prisas!
¿Podemos encontrar momentos, espacios, vínculos afectivos para digerir más las cosas en una sociedad engullidora?
No es fácil, pero merece la pena encontrarlos
¡Apúntate a nuestro próximo taller para descubrir más!
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