Nadie duda ya de que el ser humano es un ser social, es un ser en relación.
Reputados psicólogos, psiquiatras, neuropsicólogos, antropólogos, entre otros, señalan la importancia de las relaciones humanas, tempranas (por el sello que dejan) y posteriores (por las oportunidades que ofrecen) en el desarrollo cerebral, afectivo, cognitivo, motor, en definitiva, en nuestro devenir vital.
Sin embargo, todo ser humano, por muy reputado que sea, también tiene dificultades para sentirse como ser en relación cuando su propia subjetividad se ve afectada. Por eso, tenemos tendencia a protegernos, a defender lo nuestro, cuando sentimos que hay peligro de que nos hagan mucho daño y de ahí que nos cueste tomar perspectiva.
Por eso viene muy bien, muchas veces, que alguien externo a nosotros mismos nos ayude a encender luces, que nos permita ver más allá. Doy fe de ello.
Muchos padres y madres, cuando me consultan están muy angustiados. Es una angustia amorosa, porque hay mucho amor en ese sufrimiento y porque es inevitable y saludable que salten la protección y las alarmas cuando se ve sufrir a un hijo. Mucho peor es la frialdad y la indiferencia.
Sin embargo, a veces, un exceso de angustia, lleva a callejones sin salida:
“Es que ya lo hemos intentado todo”
“Mi hijo es desordenado por naturaleza”
“Mi hija es una mentirosa compulsiva”
“Es que es muy despistado, él es así, como su padre”
“Mi hija es una vaga, no le gusta estudiar”
“Es que tiene mucho carácter, por eso siempre se tiene que salir con la suya”
“Mi hijo tiene hiperactividad y es incapaz de concentrarse”
“Mi hija es muy caótica como el 90% de los niños con altas capacidades”
Los llamo callejones sin salida, porque siendo verdad, ¿no son verdades demasiado lapidarias (¡cómo pesa una lápida!), para un bebé, un niño, un adolescente o incluso un adulto?
Y ahí es donde me gusta mostrar la linterna del sistema, con la que se puede alumbrar alrededor de ese bebé, de ese niño, de ese adolescente y se pueden la red compleja de relaciones a su alrededor y con la que los padres pueden entender a los hijos, más como seres en relación y en concreto como seres en relación dentro de un complejo sistema de vínculos llamado sistema familiar.
Porque además de esas verdades lapidarias y partiendo de la base que todos los miembros del sistema familiar buscan su lugar y buscan amor y atención, se iluminan otras verdades (hasta ese momento invisibles) que se centran en el entramado de roles y contrarroles que está gobernando la dinámica familiar.
Y para mí ya surge una diferencia menos asfixiante para todos y es que al hablar de roles y contrarroles parece que suenan algo más livianos, más movibles que una verdad-lápida.
Y cuando hablo de roles y contrarroles es por qué es bueno que los padres se pregunten, si ese conducta, ese comportamiento, ese rol (el desorganizado, la despistada, el mentiroso, la comodona, el inmaduro, la mandona, etc.) de alguna manera, a lo mejor no tan obvia, lo están alimentando o no (están haciendo el contrarrol complementario o no).
“Mi hijo es un desastre, lo pierde todo, ya le he comprado tres agendas”.
“Mi hija no se entera de nada en los estudios, tuve que whatsappear a varias madres para que me dijeran los deberes”.
“Cuando más caso le hacemos, es cuando monta el número”.
“Con tal de que no se enfade, prefiero hacerle caso”
“Le digo que recoja los juguetes, pero es que se eterniza, y al final los acabo recogiendo yo”
“Queremos que se defienda cuando se metan con él, pero no soporto verle llorar”.
“Se lleva fatal con el hermano y es que el hermano me defiende porque no tolera que su hermana me hable así”
Otro elemento para la esperanza es que, según la teoría de sistemas, cuando cambia un elemento del sistema, se modifica el sistema entero.
Nos pasa a todos y tendemos a querer que cambie el otro, pero a veces los padres modifican un poco el rol que hacen siempre en una situación conflictiva, es muy posible que cambie todo el sistema.
“Preferí que se ocupara su padre con lo de la comida, a mí me ponía demasiado nerviosa, ahora ya no mantiene tanto pulso”.
“Ahora espero un poco más, a veces se me hace eterno, pero al final lo recoge”
“En esta ocasión decidí no intervenir en la discusión de los hermanos, al final llegaron ellos a un acuerdo”.
“Esta vez no montamos tanta bronca cuando nos trajo tan malas notas, sí que tuvo consecuencias porque no estaba cumpliendo su principal obligación, pero también le dijimos que al fin y al cabo era su responsabilidad…él se quedó pensativo”.
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