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El adulto, el niño y los límites                                                                                       

 

Nos encontramos a diario con situaciones de “desobediencia” por parte de los niños. Es normal y necesario que ocurra cuando el niño está en los momentos de afianzamiento de su propia individualidad. Y más ante personas con las cuales la implicación emocional es intensa, por lo que no debemos sentirnos como víctimas.

Siempre hay dificultades y contradicciones a la hora de educar a los niños, pero tengamos presente que la falta de constancia y claridad para transmitir las normas hace niños inseguros y nerviosos (más crisis, rabietas y caprichos). Quienes conviven con el niño tienen que ponerse de acuerdo respecto a las normas y pautas educativas que le van a pedir.

Si la desobediencia es continuada, debemos pensar que el niño no está feliz, que está pidiendo ayuda. ¿No será que le exigimos demasiado? ¿Hay tensiones en el ambiente que le rodea?

 

¿Por qué a veces nos provocan?

El niño pierde los límites con facilidad, lo que le angustia,  entonces convoca al adulto para ver si nos pasa lo mismo y para saber con nuestro ejemplo como hay que reaccionar. Lo que le tranquiliza es ver nuestra seguridad (no es que esté pidiendo un azote para calmarse).

Los adultos debemos ir adaptando nuestra autoridad al nuevo individuo que va creciendo, con deseos y derechos propios que se topan con sus obligaciones y con las limitaciones correspondientes a los deseos y derechos de los demás.

 

¿Para qué sirven los límites?

Durante todo el crecimiento el niño necesita unos límites y normas que le ayuden a conocer sus posibilidades, saber hasta dónde puede llegar y los que se espera de él. Se trata de proporcionarles un marco de referencia (una brújula) y no tanto de cómo hacer cuando el niño se pone “imposible”.

Los límites ayudan a crecer y a adaptarse a los desafíos cambiantes del entorno social en el que vive. Fomentan también el respeto y la empatía hacia los deseos del otro y ayudan también a que el niño tenga una imagen más ajustada de sí mismo.

 

¿Cuándo empezar a poner límites?

Los primeros límites (que empiezan desde el mismo nacimiento) tienen que ver con los cuidados que se proporcionan al bebé en la atención a sus necesidades básicas, y le permiten ir diferenciando poco a poco lo que es él de lo que son los demás, lo interno y lo externo, con lo que podrá avanzar en la organización de su personalidad.

 

Gracias a los límites, aprenderá a ser capaz de aplazar la satisfacción inmediata de sus deseos, lo que favorece la convivencia y la socialización. También podrá avanzar en su autonomía, desde el control externo que le proporciona el adulto hasta desarrollar sus propios criterios, siendo responsable de sus actos y dueño de sí mismo.

 

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